No somos una organización, somos un organismo, un cuerpo vivo, sano y restaurado para cumplir con la gran encomienda que nos dejó Jesùs antes de subir al cielo y sentarse a la diestra del Padre.
El Señor mismo por medio de su Espíritu Santo, nos ha delegado toda autoridad (poder) como señal de que seguimos y creemos en Èl. En su nombre echamos fuera demonios, hablamos nuevas lenguas, no tememos a la muerte e imponemos las manos sobre los enfermos y éstos son sanados
(Marcos 16:17-18)
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